viernes, 18 de enero de 2013

"Río rojo"

A continuación muestro un paraje de alta montaña en el que destaca un contraste cromático poco habitual. Te propongo que adivines su emplazamiento. En estas fechas, un manto de nieve acostumbra a cubrirlo todo hasta la llegada de la primavera. En esta imagen realizada en un mes de agosto puedes observar que en el tapizado verdoso de las laderas de este relieve se adivinan algunas tonalidades marrón, ocre y rojiza.


Sí, discurre un riachuelo en el punto donde se dan dichas coloraciones. Y no, no se trata de contaminación provocada por alguna actividad humana o por el arrastre de barro. ¿Que ocurre? Las aguas subterráneas arrastran partículas de óxido a su paso por yacimientos férricos existentes en el subsuelo y al llegar al cauce tiñen de rojo, ocre y marrón las piedras que encuentran a su paso, como reflejan las siguientes fotos.





Una pista: a una altitud de 2.300 metros, antaño, desde la cabecera del valle un teleférico de 14 km de longitud salvaba un desnivel de 1.670 metros para facilitar el transporte del mineral extraído de unas minas de plomo y zinc existentes en este punto.

(Foto de archivo)

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sábado, 12 de enero de 2013

La "Muralla China"


Esta vez, una ruta en btt a través del Montsec aragonés me llevó hasta un pueblo deshabitado, Finestras. Allí, junto al embalse de Canelles y de forma prodigiosa, una doble hilera de estratos se eleva verticalmente. Se trata de farallones de roca caliza que, ante su parecido con la gran muralla del país asiático, popularmente se conocen como la "Muralla China" de Finestras.

Se mire por donde se mire, este capricho geológico exhibe en todo momento una majestuosa belleza. Las siguientes imágenes así lo cercioran. La erosión provocada durante miles de años por la circulación de agua ha abierto diversas oquedades en la roca, alguna de ellas en toda la longitud del farallón, filtrando mágicamente los rayos solares del atardecer.











Aprovechando estas singulares barreras naturales, y por tanto su aislamiento frente a posibles hostilidades, en lo alto de un recodo accesible en el último tramo por clavijas ancladas a la roca, en época medieval se construyeron un castillo medieval y una ermita (San Vicente, s. XI). Obviamente, las dimensiones de estas estructuras se ajustaban al reducido espacio existente.





A Finestras se accede por una pista de tierra y cantos rodados de unos 12 km, que parte del pueblo de Estopiñán, próximo a Benabarre. La pista, seca, no comporta mucha dificultad para un utilitario con bajos elevados.

Geológicamente, esta estructura rocosa forma parte del Sector Central de las Sierras Surpirenaicas. En un ilustrativo artículo de Mª B. Martínez Peña y de A. Pocoví, publicado en el Acta Geológica Hispánica (Tectónica de cabalgamientos en el Pirineo, 1988), estos autores concluyen que los mantos de corrimiento de las Sierras Supirenaicas está determinado por diferentes unidades de "edificios de láminas cabalgantes" y que se produjo un acortamiento de algo menos de 11 km entre el cabalgamiento del Montsec y el frente del cabalgamiento de las Sierras Marginales, aproximadamente el 32% del manto original.

miércoles, 9 de enero de 2013

Sant Sebastià de la Guarda



En lo alto de un acantilado de 165 metros de altura, junto al mar y al Far de Sant Sebastià (Llafranc, Girona) aparece un nuevo yacimiento arqueológico perteneciente a un poblado íbero, conocido con el nombre de "Sant Sebastià de la Guarda".

El origen de este emplazamiento se ha fechado en el siglo VI aC, y su declive en el siglo I aC, a causa de la expansión del imperio romano en este punto del Mediterráneo.

Abajo, perfil costero visible desde el poblado, que poco habrá cambiado en los 2.500 años transcurridos desde su origen hasta la actualidad.




Hacia el sur, en cambio, la fisonomía de la franja litoral ha sufrido una alteración notable, tal como muestra la imagen inferior.



El descubrimiento del yacimiento se realizó alrededor de los años 1958 a 1960, y las primeras excavaciones arqueológicas entre 1984 y 1987. Desde el año 1998 se efectúan intervenciones arqueológicas periódicas.

 El poblado está constituido por casas muy simples de dos habitaciones, de las que ahora únicamente son visibles los cimientos. Las paredes eran de adobe y los techos de ramas, cañas y barro.

Así mismo, en la roca se excavaron numerosos silos para la conservación de los cereales que cultivaban. Algunos de ellos tienen una profundidad de 4 a 5 metros y, cuando se dejaban de utilizar, se llenaban de deshechos.




Junto al poblado íbero descrito, en el siglo XV se construyó una torre de vigía (derecha) con una capilla.

Más tarde, ya en el siglo XVIII, se añadieron a la torre una ermita y una hospedería. 

Las magníficas vistas del entorno merecen una visita. Destaca una senda que desciende hasta la misma línea de agua, la apacible "Cala Pedrosa".

martes, 8 de enero de 2013

"La ciudad de los prodigios" y "La conjura de Cortés"

En estas novelas, autores prolíficos demuestran poseer conocimientos de ingeniería del terreno y geología.



En "La ciudad de los prodigios", de Eduardo Mendoza (1943) y publicada por primera vez en el año 1986, se exponen hechos acontecidos en Barcelona a finales del siglo XIX y principios del XX, algunos de ellos relacionados con la construcción de los edificios que iban a formar parte de la Exposición Universal del año 1988. Curiosamente, en nada se diferencian de sucesos que actualmente estamos viviendo.

Así, durante un período invernal aconteció una fuerte nevada en la ciudad y el autor nos relata sus consecuencias en estructuras, así como su peligrosidad: "Con el deshielo se formaron charcos extensos, molestos y sobre todo peligrosos, porque  podían provocar y de hecho provocaron leves corrimientos de tierra que hicieron que algunos edificios, al asentarse, se agrietaran más de lo oportuno. Hubo también un pequeño derrumbamiento y un ayudante de albañil quedó sepultado bajo una montaña de cascotes y perdió la vida".





En la reciente novela de Matilde Asensi, "La conjura de Cortés", y fiel a su inagotable y desbordante imaginación, esta vez relata aventuras en plena selva centroamericana.

En una de ellas, los protagonistas se adentran bajo tierra hasta alcanzar una gruta en la que: "De uno de los muros, el que quedaba a nuestra diestra, saltaba con pujanza desde media altura un recio chorro de agua que caía hasta el cauce. Luego, al llegar al muro frontero, el agua se precipitaba por un albañal hacia alguna otra oscura profundidad. Por más, debía existir cierta pendiente en el fondo que avivaba el raudo discurrir de las aguas que observábamos".